¿Qué ha pasado en este tiempo de enseñanza a distancia? Además de aquellos aspectos negativos, como la falta de miradas y de abrazos, las inequidades en el desarrollo de los aprendizajes y las lagunas en el abordaje de los contenidos escolares, la enseñanza a distancia nos ha permitido visualizar desafíos que constituyen oportunidades para instaurar cambios permanentes.
Uno de esos desafíos es la transformación en las relaciones docente-estudiantes y cómo hacer tangible algo que la pedagogía viene afirmando desde hace siglos: el aula que aprende es un aula democrática, que reparte roles entre profesor y estudiantes y que multiplica las voces en la construcción de los aprendizajes. Un aula que propicia aprendizajes implica romper las lógicas autoritarias que rigidizan los papeles y los aportes de cada uno. Esta premisa da importancia al aprendizaje por experiencia y diversifica el estatus de los actores que interactúan en el espacio escolar, y es un asunto abordado por próceres de la pedagogía, como hicieran desde los años ‘40 los esposos Freinet.
¿Qué ha pasado en este tiempo de enseñanza a distancia? Hemos encontrado que, en muchos espacios de enseñanza-aprendizaje, los docentes han debido comenzar a usar, sin mucha formación previa, las herramientas virtuales para la docencia. Esto les ha obligado a reformular su trabajo, saliéndose de las dinámicas expositivas y apuntando a que los estudiantes realicen un trabajo autónomo. Si bien no podemos afirmar que esto haya sucedido de esta manera en todas partes, sí conocemos experiencias en las que los profesores han demostrado estar dispuestos a cambiar sus propias estructuras de conocimiento, gracias a la enseñanza que las y los estudiantes les otorgan a ellos.
Así, hemos visto cómo niños y niñas, desde corta edad, toman el mando en las aulas virtuales enseñando a sus profesores a compartir pantalla, a realizar un juego virtual para corroborar aprendizajes, a utilizar lienzos virtuales para desarrollar un trabajo durante la clase, a hacer encuestas en línea para activar aprendizajes previos, y un largo etcétera que solo habla de las múltiples actividades posibles de llevar a cabo. Gracias a ese cambio de mando, los docentes propician una actitud de apertura hacia el nuevo saber, modelando que somos capaces de aprender a lo largo de toda la vida y que es posible que todos los participantes del aula puedan trabajar en conjunto en el logro de una determinada tarea.
Esta es la lógica que la reforma instaurada en el arribo de la democracia quiso propiciar. Una en que el saber (sabio o científico) emerge del diálogo entre personas cuya diferencia jerárquica está dada por un mayor conocimiento y experiencia, pero variable dependiendo de los campos del saber. Los estudiantes que pueblan nuestras aulas han tenido más oportunidades para ser competentes en el manejo digital. Los profesores podemos aprender de ellos y, por esa vía, entregarnos la oportunidad de construir un aprendizaje nuevo. Si bien esto no nos exime de formarnos formalmente en este campo, sí nos otorga la posibilidad de aprovechar este momento crítico para probar que una pedagogía humanizadora es aquella que involucra a personas con distintas trayectorias de aprendizaje y, por tanto, con aportes diversos.
En el contexto de un país que camina hacia una nueva comprensión de los actores sociales y, en especial, de la infancia, comprometernos como adultos a la tarea de dejarnos educar, abrirá nuevos caminos para seguir la tarea de la innovación como una permanente revisión de las bases teóricas y las técnicas sobre las que construimos nuestras interacciones pedagógicas.
Fuente: Prof. Rosa Gaete-Moscoso/latercera.com
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